Capítulo 1
El Cafetín
Habla el General: “Todo eran signos, todo eran pistas. Recuerdo que seguí deambulando por el Espolón y justo cuando llegué al Teatro Principal escuché las campanadas. ¡Sin duda era otra señal! Miré al reloj del Morito: aquel niño de bronce, esas campanas que tañían con tanta precisión... ¿Por qué estaba sol? Jamás los niños podían estar solos... Necesitan compañía, jugar con otros como ellos. ¿A quién miraba el Morito Pititón? ¿Con quién se comunicaba? El lenguaje de las campanas, tan atávico y ancestral... ¡Diantres! ¡No daba las horas el Morito! ¡Su repique sólo podía ser una cosa: un código! ¡Y únicamente podía entenderlo otro artefacto, otro ingenio como é! ¿Cómo no se me pudo ocurrir antes? No estaba solo... Entonces lo supe... Estaba hablándose con ese otro autómata que llaman Papamoscas, y con ese Martinillo que le hace de lazarillo, de escolta, en las alturas de la Catedral... ¿Qué estaba diciendo el Papamoscas cuando hacía sonar las campanas casi como respuesta al Morito? Debía concentrarme y seguí, seguí escuchando las voces... Me hablaban, los oía, y ni siquiera necesitaba cerrar los ojos para concentrarme... Guerra..., Batalla... Me llegaban palabras sueltas. Guerra, batalla... Sangre, horror... Oía gritos, cañonazos... Y más palabras... Franceses... ¡Napoleón!. ¡Eso era! ¡La Guerra de Independencia! Debía apresurarme, pero tenía que abandonar la ciudad. Hube de avisar a Mari Carmen. Las señales eran claras. Debía ir allí, al principio de todo. Al momento que habría de cambiar la historia de nuestra ciudad. Gamonal me esperaba...”.