Capítulo 1
Gamonal
Habla el General: “Cuando decidí seguir mi deambular por el Camino de Santiago mis pasos me llevaron a atravesar por completo la ciudad, cruzar el Arlanzón por el puente de Malatos y recalar en ese impresionante cenobio que es el Monasterio de Las Huelgas, que fue morada y descanso de reyes. Siempre ejerce este cenobio un magnético influjo, como si sus piedras seculares aún conservaran memoria del ingente poder que ostentó durante siglos. Presentía que ese lugar debía acercarme aún más a mi destino. Accedí a la plaza del Compás en un silencio mineral que aún, pese al tiempo transcurrido, me estremece. Recorrí sus estancias con permiso de la todopoderosa abadesa, y me sentí por momentos perdido. ¿Qué signos, qué señales estaba buscando? ¿Saldrían a mi paso? Por un instante sentí enloquecer, pero me negué a dar la razón a mis muchos críticos. Al cabo, casi desesperado, una talla sedente llamó mi atención. Portaba una espada. Era Santiago. Indagué sobre su origen y al conocer su singular historia supe que estaba frente a otra de las claves: aquella escultura articulada había armado caballeros a muchos reyes desde el Medioevo; había tocado con su espada la espalda de los monarcas más poderosos de su tiempo, insuflando en ellos fuerza y sabiduría para alumbrar el destino de su reino. Allí me vi yo, postrado de hinojos, presto a recibir el ‘espaldarazo’, sintiéndome el elegido para guiarme hacia el tesoro... Aquella espada no podía estar colocada al albur, sino con un sentido. La punta de su afilada hoja señalaba hacia un punto concreto. Recuerdo que no tuve ninguna duda cuando salí al exterior de la abadía y oteé el lugar que aquel hierro indicaba: ¡el Castillo!