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Capítulo 1
El Cafetín
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Habla el General: “No podía fiarme de nadie en esta ciudad sulfúrica, y así se lo hice saber a Manuela, que siempre se mostró cómplice conmigo. Le dije, y lo recuerdo perfectamente, que me hallaba en una encrucijada, pero que estaba en el buen camino. Que todas las señales que observaba me estaban acercando al objetivo. Le confié que insistirían en mi locura, como aquellos concejales que decidieron destinar una partida económica a mi solitaria empresa únicamente para que dejara de dar la tabarra, como si con ello hubiesen querido silenciarme, quitarme notoriedad. ¡A mí, que sólo estaba demostrando amor por esta tierra! ¿Nadie más oía las voces y los murmullos? Yo escuchaba a los cuatro reyes; sentía que ellos me hablaban, que lo sabían... De la misma forma que el agua no pudo en su día sumergir la ciudad, ocultar el suelo bendito borrándolo para siempre -recuerdo las marcas en las columnas-, me conjuré para que quienes me trataron con displicencia y desprecio no pudieran evitar que yo desvelara el misterio, el gran secreto que escondía esta ciudad. Porque yo sentía que las entrañas de esta Caput Castellae contenían un fastuoso tesoro. Me lo decían las voces, me lo estaban susurrando al oído... Estaba en el camino... Quizás un día mi memoria sería honrada como la del que en buena hora nació, pensaba, y mi recuerdo reconocido con el fasto y el boato con el que lo hicieron años atrás los restos del de Vivar cuando atravesó por estas mismas columnas en una carroza tirada por seis caballos y al son de la Marcha Real...”

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